sábado, 26 de diciembre de 2009

Los espías del Papa-La seguridad del Sumo Pontífice-El libro de Eric Frattini




El Papa Pío V generó durante su pontificado un servicio secreto para actuar enérgicamente contra la Reforma protestante. Lo llamó la Santa Alianza. La red de espías continúa funcionando aunque ahora bajo el nombre de la Entidad. Y su eficacia es ejemplar.
Desde la elección de Juan Pablo II como nuevo Pontífice, monseñor Poggi fue requerido por el
Santo Padre para liderar los servicios de inteligencia del Vaticano, dentro de una clara y nueva
“Geopolítica de la Fe”. Juan Pablo II tenía ya claro que su principal caballo de batalla dentro de su pontificado iba a ser intentar acabar con el comunismo ateo que azotaba el este de Europa en general y su Polonia natal en particular.
Corren nuevos tiempos y para ello se van a necesitar unos servicios de espionaje activos en uno de los papados más políticos de toda la historia de la Iglesia católica romana.
El 20 de enero de 1981, Ronald Reagan asumía el cargo de presidente de Estados Unidos, pero
desde semanas antes de jurar en la escalinata del Capitolio ya se habían establecido contactos
estratégicos entre Washington y el Vaticano; entre Ronald Reagan y el papa Juan Pablo II; entre
William Casey, de la CIA, y monseñor Luigi Poggi, de la Santa Alianza.

Desde finales de 1980 los contactos entre Estados Unidos y el Vaticano sobre la situación en
Polonia habían sido tratados entre Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del
presidente Carter, y el cardenal eslovaco Jozef Tomko, jefe de propaganda del Vaticano y antiguo
jefe del contraespionaje, el SP. Tomko era el jefe del SP hasta que Juan Pablo II nombró a monseñor Luigi Poggi responsable de los dos servicios de inteligencia del Vaticano, quedando así unidos en un solo mando.
Aunque Tomko y Brzezinski eran quienes de cierta forma diseñaban la política de Washington y el Vaticano con respecto a la política de la Europa del Este, era monseñor Luigi Poggi quien diseñaba y desarrollaba, con la autorización de Juan Pablo II, operaciones como la llamada “Libro Abierto”.
Esta consistía en inundar de libros y propaganda anticomunista los países del Este y zonas de la
Unión Soviética como Ucrania y los Estados bálticos. Esta operación era coordinada por la CIA y la Santa Alianza a través de religiosos que trabajaban en esas zonas del mundo. Mientras Juan Pablo II apoyaba la operación “Libro Abierto”, Carter no hacía más que presentar objeciones. Zbigniew Brzezinski escribiría años después en sus memorias: “Estaba claro que Juan Pablo II tenía que haber sido elegido presidente de Estados Unidos, y Jimmy Carter, Sumo Pontífice”.
Con la nueva Administración de Ronald Reagan ya funcionando, el Vaticano tenía dos nuevos
interlocutores con respecto al asunto de Polonia: Richard Allen, consejero de Seguridad Nacional, y William Casey, director de la CIA. Las relaciones de monseñor Luigi Poggi con Casey eran
excelentes. Los contactos entre la Santa Alianza y el Vaticano hacían que la información fuese de
mucho valor desde el punto de vista de análisis estratégico. Zbigniew Brzezinski, por recomendación del secretario de Estado, Alexander Haig, conservaría su puesto como enlace
especial entre la Casa Blanca y la Santa Alianza de Luigi Poggi.
Lo cierto es que la visión que Ronald Reagan tenía de la Iglesia católica y del Vaticano difería
mucho de las anteriores administraciones, incluido John Kennedy, el único presidente católico de
Estados Unidos.
Pero Reagan era hijo de un trabajador católico irlandés y aquello le había marcado. Uno de sus
principales núcleos de votantes eran los católicos y se sentía cómodo rodeado de ellos. Para Reagan y sus asesores, la Iglesia era el perfecto contrafuerte del comunismo. Al igual que Juan Pablo II, el presidente de Estados Unidos veía al marxismo, al leninismo y al comunismo como un signo delmal que había que arrancar de la tierra.
Estaba ya claro que Solidaridad representaba para Moscú una amenaza seria sin precedentes, una “infección que estaba contagiando un monolítico sistema como el comunista, y que si llegaba a infectar a los Estados bálticos, esta podría llegar a deshacer el bloque de la Unión Soviética”, según escribió en un informe el propio Zbigniew Brzezinski.
Juan Pablo II y los principales asesores del Vaticano, incluido Poggi, estaban convencidos de que si en Polonia triunfaba el sindicato Solidaridad, la onda expansiva afectaría también a Ucrania, los Balcanes, Letonia, Lituania, Estonia y tal vez a Checoslovaquia. Reagan entendió que si eso era así podría suponer el fin de la Guerra Fría, mediante el sistema del dominó y el triunfo del capitalismo sobre el comunismo. La teoría del dominó fue una idea redactada por monseñor Poggi en un informe secreto dirigido directamente al papa Juan Pablo II.
Durante una reunión del presidente Reagan con William Casey y William Clark, el asesor
presidencial, éste les dijo: “No debemos vernos entrando en el país y derrocando al Gobierno en
nombre del pueblo. Lo único que podemos hacer es utilizar a Solidaridad como arma para
conseguirlo”. Fue en ese mismo momento cuando Reagan decidió que Solidaridad recibiría ayuda
financiera de Estados Unidos. Casey no sabía de dónde saldrían esos fondos, algo que sí tenía
resuelto monseñor Luigi Poggi, en el Vaticano.
Como enlace para las nuevas operaciones conjuntas de la CIA con la Santa Alianza en Polonia se nombró a Jan Nowak, jefe del congreso polaco-norteamericano. La función de Nowak era mantener el flujo constante de información entre Varsovia y el Vaticano, y desde allí, a través de Poggi, a Washington, a través de Casey. Nowak también se ocuparía de la recaudación de fondos y el envío de dinero a Polonia para financiar prensa clandestina, adquisición de imprentas, envío de fotocopiadoras y cosas por el estilo.
Otro de los personajes que adquirirían gran protagonismo en la operación “Polonia” sería el
delegado apostólico del Papa en Washington, el arzobispo Pio Laghi, alguien no muy bien visto por Poggi. El jefe del espionaje vaticano acusaba a Laghi de querer tener demasiado protagonismo en una situación complicada como era el asunto “Polonia”, y así se lo hizo saber al secretario de Estado, el cardenal Casaroli. A Casey y a Clark les gustaba visitar a Laghi en su residencia.
Mientras bebían capuchinos, hablaban los tres sobre la situación política en América Central, sobreel control de la natalidad; pero, sobre todo, Polonia era el tema principal. Ronald Reagan necesitaba saber todos los aspectos de espionaje desarrollados por el Vaticano en Polonia. También saltaría a la escena polaca el cardenal John Krol, de Filadelfia.
Allen, Casey y el propio Ronald Reagan comenzaron a reunirse con Krol, e incluso el cardenal
entraba por la puerta trasera en la Casa Blanca. Más que ningún otro hombre de la Iglesia, Krol se ocupaba de mantener informada a la Casa Blanca sobre la situación del sindicato Solidaridad, sus necesidades y sus relaciones con el episcopado polaco. A pesar de que Krol en muchos sentidos interfería en las operaciones y comunicaciones de la Santa Alianza de monseñor Luigi Poggi, para el Vaticano y para Juan Pablo II la relación del arzobispo de Filadelfia con el presidente Ronald
Reagan era algo que debía aprovecharse. Incluso los hombres de Reagan denominaban a John Krol como el “Compinche del Papa”. En la primavera de 1981 las relaciones entre la Casa Blanca y el Vaticano eran ya absolutamente fluidas, en especial sobre los temas relacionados con Polonia y América Central. William Casey, Vernon Walters, William Clark y Zbigniew Brzezinski, por el lado norteamericano, y monseñor Luigi Poggi y los cardenales Pio Laghi, John Krol y Agostino Casaroli, por el lado vaticano, se convirtieron en una especie de fuerza de choque, cuyo único cometido sería el apoyo al sindicato Solidaridad en su particular lucha contra el Gobierno comunista de Varsovia.
Siempre que Walters, el embajador especial de Reagan, regresaba de Roma de mantener encuentrossecretos con Juan Pablo II, sus informes eran cada vez más abundantes y ricos en información.
Vernon Walters hablaba con el Papa y con monseñor Luigi Poggi sobre Polonia, Centroamérica, elterrorismo, Chile, el poder militar chino, Argentina, la teología de la liberación, la salud de Leonid Brezhnev, las ambiciones nucleares paquistaníes, Ucrania o la situación en Oriente Medio.
Realmente, lo que Juan Pablo II y su jefe de espías, Luigi Poggi, y Vernon Walters y William Casey hacían en esos encuentros era mantener “contactos geoestratégicos”.
Como contrapartida por la información sobre Polonia, la Santa Alianza recibió de la CIA informes basados en conversaciones telefónicas intervenidas entre sacerdotes y obispos de Nicaragua y El Salvador, en las que estos apoyaban la teología de la liberación y participaban activamente en la oposición a las fuerzas apoyadas, militar y económicamente, por Estados Unidos. Por orden de William Casey, Oliver North y otros miembros del Consejo de Seguridad Nacional efectuaron pagos secretos a sacerdotes de las clases dirigentes centroamericanas y leales a Roma y a la Santa Alianza. En realidad, no existe ningún documento que demuestre que el papa Juan Pablo II o algún otro alto cargo del Vaticano aprobaran estos pagos, aunque existen indicios de que Luigi Poggi sí debía saberlo.
El 23 de abril de 1981, William Casey llegó a Roma. El motivo del viaje era tratar el flujo del
suministro económico y de material de la CIA y la Santa Alianza a Solidaridad. El director de la
CIA sabía que la situación de Polonia era más un proceso evolutivo que revolucionario, y no cabía
ya la menor duda de que había que conseguir que Polonia se alejase de la órbita soviética.
Juan Pablo II, Casaroli y Poggi se iban a entrevistar hasta en tres ocasiones con el embajador
soviético en Roma, y Casey y George Shultz, que había sustituido a Haig al mando de la Secretaría de Estado, iban a ser informados de todo lo tratado.
El general Jaruzelski temía un auténtico desastre que pasaba por la intervención de las tropas del
Ejército Rojo entrando en Varsovia y aplastando a los hombres de Solidaridad. Este había solicitado ayuda al cardenal Stefan Wyszynski para que convenciese a Lech Walesa de suspender la huelga general. El prelado, en lugar de informar al Vaticano, decidió mediar entre el Gobierno comunista y Walesa, sin demasiado éxito. Aquello provocaría la ira de Juan Pablo II, cuando fue informado por Poggi.
Cuando Walesa y el resto de líderes se negaron, el cardenal se postró de rodillas ante ellos. Le
sujetó por la pernera del pantalón y le dijo que no lo soltaría hasta que se comprometiese a
suspender la huelga.
El chantaje emocional funcionó y Walesa ordenó el fin de la huelga, lo que permitió que el general
Jaruzelski comunicase a Moscú que tenía la situación controlada. El 9 de febrero de 1981 Jaruzelski fue nombrado primer ministro de la República Popular de Polonia. Este nombramiento
había sido precedido por un golpe de Estado y la posterior dimisión de Jozef Pinkowski.
Jaruzelski, según informó monseñor Luigi Poggi al Papa, estaba calificado como duro y opuesto a toda liberalización de la vida pública, y sin duda alguna se convertiría en el principal enemigo no
solo del sindicato Solidaridad de Lech Walesa, sino también de las operaciones que el espionaje
papal estaba llevando a cabo en Polonia.

La seguridad del Sumo Pontífice
Un día de finales de abril de 1981, Licio Gelli enseñó a un miembro del Partido Socialista Italiano algunas fotografías que mostraban al papa Wojtyla completamente desnudo en la piscina de Castelgandolfo. En las imágenes se veía el cuerpo desnudo del Pontífice mientras era ayudado a salir de la piscina por varios asistentes. Gelli suponía que si se habían hecho esas fotografías con
teleobjetivo, sería sencillo disparar al Sumo Pontífice con un rifle con mira telescópica.
Poggi decidió poner manos a la obra con el fin de “rescatar” los negativos desaparecidos. El jefe de la Santa Alianza bautizó la misión como operación “Imagen”. (...) No cabía la menor duda de que unos simples fotógrafos habían conseguido burlar los anillos de seguridad en torno al Papa.